(1962-1964)
Decía mi
madre que yo aprendí antes a leer que a hablar, cosa que no es cierta, porque
gracias a lo cuidadosos que fueron mis padres tengo el libro de lectura con el
que aprendí a leer, y una anotación en la última página, que ya es un texto
completo y no palabras sueltas, indica que la pude leer cuando tenía cuatro
años y medio, lo cual no es para que figure en el Guinness.
Y el párrafo
anterior viene a cuento de que considero que los tebeos pueden hacer que un
niño se interese por la lectura: también contaba mi madre que cuando me iban a
despertar, más de una vez ya me encontraban despierto leyendo y que tenían que
esconderme los tebeos y reñirme para que durmiera las horas necesarias. Y esto
tuvo que ser en el periodo en que mi padre aún estaba vivo, es decir, antes de
mis siete años.
He puesto
tebeos como título y no el original TBO porque precisamente este no me gustaba.
Quizá me equivoque porque también los seguí leyendo más tarde y los autores o
personajes no fuesen exactamente de esos años, pero mis preferidos eran los de
Ibáñez: El botones Sacarino, Rue 13 del Percebe, Zipi y Zape, Pepe Gotera y
Otilio, y cómo no, los inmensos Mortadelo y Filemón.
Pero no me
olvido de otros dibujantes o de sus creaciones: Vázquez con su Anacleto, agente
secreto, Las hermanas Gilda o La familia Cebolleta; Escobar y su Carpanta; y
aunque he dicho que no me gustaba TBO, destaco de él La familia Ulises que, aunque
siempre me dejaban un cierto regusto amargo, eran los únicos que leía de esta
revista.
Yo era un
niño reservado, tímido y sin amigos, aunque con tres hermanas menores que yo, y
gracias a estas revistas puedo decir que pasé mi infancia con más de una
sonrisa en mis labios, y eso que en esos años en mi casa no había mucho por lo
que sonreír. Uno de los pocos recuerdos que tengo de mi infancia es una tarde
que pasé con mi hermana Amelia mirando los tebeos que teníamos cada uno y, para
mi sorpresa, ella tenía más que yo. Y en un rasgo de envidia que he intentado
no volver a tener, le pedí a mi madre dinero para ir a comprarme un tebeo. Me
dio dos pesetas y fui rápidamente a comprarlo. Compré el primero que pillé y,
lo tengo muy presente, nunca me gustaron las historias que en él figuraban.
Escribiendo
estos párrafos me ha venido a la memoria la frase “Igualico, igualico, quel
difunto de su agüelico” que era la frase final que decía la abuela de Agamenón
en cada una de sus historietas.