domingo, 27 de enero de 2013

Comics (y II) (**/***)


(1965-1967 y 1972)

En los dos años que estuve viviendo con mis abuelos también vivían en esta casa mis tres hermanas y dos de mis tíos, que en esos momentos eran adolescentes. Para algunas cosas era tratado como si fuera el hermano menor de ellos, por ejemplo, comía en la mesa con ellos y mi abuelo y no en la cocina como mis hermanas y mi abuela y podía ir el sábado al cine solo ¡a pesar de que sólo tenía ocho años!

Por el contrario, no podía leer los libros que leían mis tíos y que yo tenía gran curiosidad por conocer: Agatha Christie, El Coyote de J. Mallorquí o novelitas que cabían en el bolsillo; pero sí me dejaban leer los tebeos de aventuras, es decir, los cómics españoles: El Jabato, El Capitán Trueno, me parece que aún había otro de este mismo tenor y, aunque con reparos, también leía alguno de Hazañas Bélicas, cuya encuadernación apaisada y los cascos de los oficiales con la graduación en forma de barra vertical me gustaban mucho.

Cuando volví de Perú iba a visitar cada semana a mi abuelo a casa de un tío mío que tenía un verdadero arsenal de cómics europeos: tenía las colecciones completas de Astérix, Iznogud, El teniente Blueberry, además de los especiales de Mortadelo y Filemón y demás troupe de Ibáñez. Salvo con las historias de Blueberry, cuyos esmerados dibujos me gustaban mucho, creo que no he reído tanto como con esas historietas de romanos, las mil y una noches o la Agencia T.I.A., por no hablar del Botones Sacarino y su escotado, por todos los lados, uniforme.

Poco me duraron tantos álbumes y, aunque mi abuelo sólo duró tres años más, su compañía hizo que pasara de la adolescencia a la pre-madurez teniendo alguien con el que podía hablar de mis tonterías, que me escuchaba sin censurarme y que de forma sutil me sembraba con parte del gran conocimiento que poseía.

Y lo peor, o mejor, es que vaticinó mi futuro: cuando le comenté que dejaba de trabajar para dedicarme a estudiar físicas me dijo que si no me iba bien siempre tendría el “despacho”. ¡Y llevo cuarenta años en uno de ellos!
























domingo, 16 de septiembre de 2012

Comics (I) (**/***)


(1967-1971)

A los siete años fui a vivir con mis abuelos y en los dos veranos que estuve con ellos acompañaba casi a diario, pues así era entonces, a mi abuela a comprar al mercado. Esto representaba un verdadero suplicio para mí, ya que aparte de los olores, el calor, la gente, las colas, las conversaciones de las señoras, que ni entendía ni me interesaban, me sentía desfallecer y miraba con ansiedad la inclinada repisa o rejilla, donde las clientas de la parada dejaban el bolso de la compra, para sentarme y no caerme redondo. Nunca lo hice, pues como ya se veía que no tenía mucha resistencia pensaba que si me sentaba acabaría por romperla y aun “cobraría”.

Todavía hoy, que ya he visitado muchos mercados por el mero placer de pasear por ellos y que las condiciones de los mismos son totalmente diferentes a las de hace cuarenta años, es un lugar en el que no me apetece tener que ir a comprar. He comenzado así mi explicación, porque cuando tenía diez años y estaba en Lima me tocaba acompañar a mi madre a la compra en el mercado y tenía las mismas sensaciones.

Y todo esto viene a colación porque poco después, cuando nació mi cuarta hermana, mi madre me enviaba a comprar al mercado unos cuantos lenguados en una parada concreta que me había enseñado, pues nos gustaba mucho el cebiche. La carne del lenguado en Perú casi es de dos dedos de grueso, por lo que este manjar es mucho más sabroso que con los lenguados de aquí. No indico la receta aunque la recuerdo, pues seguro que en internet se encuentra una mucho más elaborada que la mía.

Y lo curioso del caso, es que en esas ocasiones nunca me encontré a disgusto haciendo cola, esperando ni oyendo, y el motivo estaba a la entrada de ese mercado: había un carro de madera bastante grande lleno de comics, es decir, de tebeos (norte) americanos los cuales se podían alquilar por medio sol. Había un largo taburete de madera en el que uno se sentaba y se estaba el tiempo que duraba su lectura. Habitualmente alquilaba uno, por el tiempo y para que no se notara la sisa que le hacía a mi madre, además de alguna que otra moneda más, pero en alguna ocasión y con riesgo de recibir una bronca, alquilé dos comics. Ese tiempo que pasaba leyendo me servía como vacuna para todas las sensaciones negativas que recibiría cuando traspasara el umbral del mercado propiamente dicho.

En ese puesto de alquiler de comics leía las aventuras de Superman, Batman, Linterna Verde, Flash, Los 4 Fantásticos y Fantomas. Aunque todos los editaba la Editorial Novaro, este último, a diferencia de los demás, es de ascendencia francesa, no tenía poderes y era un ladrón de guante blanco. Los otros héroes creo que no necesitan presentación.

Un par de años más tarde, durante mi último curso en Perú, mejoré ese negocio, pues en lugar de esperar que los clientes vinieran a él, yo lo llevaba al consumidor potencial: alquilaba mis tebeos y comics durante las clases ¡y había una fuerte demanda!








domingo, 29 de julio de 2012

Jules Verne (***)


(1965-1971)

Probablemente es el autor que más leí y más me gustaba en mi adolescencia. A los ocho o nueve años leí Cinco semanas en globo en una edición de Bruguera en la que cada dos hojas había una página dibujada, de forma que el texto se aclaraba o ampliaba con las imágenes y no se hacía un libro farragoso para esa edad. Recuerdo que a mí no me gustaba avanzar las páginas y ver las viñetas, sino que me obligaba a leer hasta la página anterior y luego ver los dibujos.

En Perú, con once o doce años, no tenía una semanada fija, pero mi padrastro me daba algún dinero cuando cobraba y, más adelante, yo se lo prestaba con interés. Tanto es así, que en más de una ocasión el dinero que yo le dejaba le sirvió para pagar los sueldos de los peones que tenía contratados. Esto y algunos otros trapicheos que ya explicaré en otro apartado, me permitieron tener lo que a mí más me gustaba: libros.

Cuando iba a comprar al supermarket en Lima pasaba mucho rato viendo los libros que había en un expositor circular al fondo de la tienda, y calculando cuál era el que me ofrecía más por menos dinero. Ahora no puedo asegurar si fue Robinson Crusoe el que obtuvo mejor ratio o fue Veinte mil leguas de viaje submarino. Pero fue uno de los libros más gordos que me compré y que leí hasta El conde de Montecristo. Aún me acuerdo de la sorpresa que me llevé cuando el capitán Nemo explica de qué está hecho el Nautilus, ¡y también de las innumerables especies de peces que enumera una tras otra!

Además de estos libros, leí en versiones más o menos reducidas: Robur el conquistador, La estrella del Sur, Miguel Strogoff, El faro del fin del mundo, Los hijos del capitán Grant y De la Tierra a la Luna. Este último libro me lo regalaron mis hermanastros en mi décimo cuarto aniversario: iba envuelto en una bolsa de plástico y ésta, a su vez, dentro de una bolsa llena de basura. El libro, que viajó de vuelta a España, nunca perdió al aroma que adquirió en tan curioso envoltorio.

Acabo de leer Viaje al centro de la Tierra y me lo he pasado bien, pero es mucho mejor leer a Verne en años más tiernos de los que ahora tengo.

http://autobiografialectora.blogspot.com.es/2012/08/julio-verne-viaje-al-centro-de-la-tierra.html


eBook: este último libro y 20.000 leguas de viaje submarino.


(Las siguientes imágenes son las de los libros que yo leí hace más de cuarenta años, por lo que no deja de sorprenderme poder encontrarlas en internet).














domingo, 24 de junio de 2012

Louis Pauwels – Jacques Bergier: El retorno de los brujos (**)


(1973-1977)

Mi primer profesor fue don Eusebio. Lo tuve desde que entré en la escuela a los cuatro años hasta los siete, edad en la que murió mi padre y pasé cuatro meses en un instituto, cuatro más en la Academia Goya, año y medio en el Padre Mañanet, cuatro cursos en el Hans Christian Andersen de Lima y, por fin, cuatro años más en la Institución Cultural Lumen, donde estudié hasta C.O.U.

De todos los profesores que conocí a lo largo de estos años, sólo uno merece que lo mencione, y no porque no esté agradecido de lo que me enseñaron los demás, pero la mayoría sólo cumplieron con su obligación, y en cambio Joan Cordonet i Andrés no solo me enseñó matemáticas, física y química desde cuarto de bachillerato hasta C.O.U., sino que me las enseñó muy bien, tanto que me permitió ganarme la vida durante unos años dando clases (él me ofreció la primera).

Además de esas asignaturas me enseñó a tener ganas de aprender, de cursar una carrera y, como nos hicimos amigos, me aconsejó libros y me formó en muchos aspectos, en una edad que es trascendental para el futuro.

Han pasado más de treinta y cinco años desde que dejé de ser su alumno y aunque el río de la vida nos separó nunca he dejado de estarle agradecido.

De mis tres cursos de Física sólo tengo un recuerdo especial a dos profesores: Navarro Veguillas (me dio dos cursos de matemáticas) y un ingeniero también apellidado Navarro (Mecánica de segundo).

De mis dos años de Economía alardeo de no haber olvidado a ningún profesor: la estudié a distancia, por lo que no hay queja de nadie que no sea yo mismo.

Y el libro, ¿a qué viene? El libro es uno de los que me aconsejó leer Joan Cordonet. No recuerdo bien cuando lo leí, pero sí que me causaron una honda impresión las historias que se cuentan en él, pues al final de mi adolescencia no sabía distinguir si eran ciertas o inventadas, pero aún recuerdo su introducción y un par de ellas de carácter fantástico. Si llega la ocasión lo leeré de nuevo, veré si me gusta y si, a mi edad, sé distinguir lo real de lo imaginado.

He dejado para el final de este recordatorio a mis profesores, a los dos que me enseñaron la que debía ser mi carrera: la música. Hicieron todo lo que pudieron, pero como en las otras dos, sólo la empecé. A mi padre la vida no le dejó y a mi madre no le dejé yo.


“Tengo una gran torpeza manual y lo deploro.”     (Prefacio)


eBook: lo encontré en formato .pdf





domingo, 29 de abril de 2012

Pierre Boulle: El planeta de los simios (**/***)


(1977-1982)

"En una época en que los viajes interplanetarios están a la orden del día, una pareja de enamorados cruza el espacio en plena luna de miel. Durante su viaje, encuentran una botella vagando por el espacio, con un pergamino en su interior. En dicho pergamino, el periodista Ulises Mérou narra su historia.”

He entrecomillado el párrafo anterior porque no es de mi cosecha, sino de Wikipedia, por lo que espero que nadie se moleste. Lo he hecho porque describe exactamente el inicio de la novela, pero con mejores palabras con las que lo describiría yo. Y no quiero añadir más de la historia porque todo el mundo la conoce … pero sólo los que hayan leído esta brillante novela sabrán el final que tiene.

Y esto lo digo porque, aunque hayan visto la película y su buenísimo final, el de la novela me parece mucho más ingenioso y es, permítaseme la palabra, el retruécano perfecto. Me parece recordar que, aunque muy tarde, vi primero la película y su final me gustó mucho y cuando leí la novela me esperaba lo mismo, pero lo que me encontré aún me pareció mejor.

Ya se puede ver por los años que indico al inicio que no sé muy bien cuando lo leí, por lo que poco puedo contar de mi vida, salvo que, quizá, todavía no hubiera podido votar ni una sola vez, pues no hay que olvidar que hasta finales de los setenta en España no habían elecciones y la mayoría de edad se alcanzaba a los 21 años. Eso y que estaba estudiando en la universidad, y sólo leía en verano.

La portada que he encontrado es la misma que leí: la colección Reno era una de mis favoritas cuando era adolescente o pre-adulto.




Jinn y Phyllis pasaban unas vacaciones maravillosas en el espacio, lo más lejos posible de los astros habitados.”


eBook: como es habitual en los libros que me gustan o quiero leer, no se comercializa en versión digital, pero sólo se puede decir que no existe si no está en la red … y ahora ya está en la Biblioteca Pública Digital, esa microscópica mota de polvo binario que con el correr de los siglos puede convertirse en un agujero negro.


sábado, 24 de marzo de 2012

Ian Fleming: James Bond (007) (**)


(1970-1975)

No puedo recordar cómo llegó a mis manos el primer libro de la saga 007, pues ya han pasado más de cuarenta años, pero supongo que fue rebuscando en alguna librería de libros usados o en alguna estantería de un supermarket en Lima cuando tenía unos trece años, más o menos.

Yo no me escondía cuando leía, ni escondía los libros, por lo que he de pensar que tanto a mi madre como a mi padrastro no les debió parecer mal, o no les pareció nada, o consideraron que ya era bastante serio (para no decir que estaba “formado”). Pero dos personas sí que creyeron poco apropiada esa lectura para mi edad: la primera fue Merche, hermanastra de unos cinco años mayor que yo, que después de que yo le comentara ciertas escenas subidas de tono (no nos olvidemos de la edad que tenía) a su hermano Juan, me vino a decir que esos libros no eran sanos para mí. Y la otra persona fue mi tío Mario, que cuando volví del Perú, quiso preocuparse un poco de mi educación y un día en una reunión con sus amigos me preguntó qué leía y al decirle que estaba acabando un libro de James Bond sus amigos se quedaron mudos y él me dijo que ya me prestaría algún libro suyo. Y el primer y único libro que me prestó merece una descripción más detallada que un simple párrafo.

Yendo al personaje novelesco y dejando al de carne y hueso que escribe, creo que no hace falta que lo presente, pues se ha convertido en el paradigma de los espías de ficción (y quiero pensar que en la antítesis de los reales).

A lo largo de mi adolescencia leí algunos libros de este autor, todos de 007 y ¡qué sorpresa me llevé cuando supe que Chitty Chitty Bang Bang había salido de su pluma! Entre los que leí están los siguientes:

  • Casino Royale: nada que ver con la película en la que actúan Woody Allen y David Niven.
  • Desde Rusia con amor: posiblemente una escena que comenté a Juan era la cinta negra que lleva en el cuello la espía rusa.
  • Dr. No: quizá la novela más insípida (me parece), pero la aparición más recordada de sus películas.
  • Operación Trueno: donde reaparece Félix Leiter, el espía de la CIA que había sido mutilado por un tiburón.
  • Al servicio secreto de su Majestad: en esta novela James Bond se casa, aunque pasa de soltero a viudo en un par de escenas por culpa de Blofeld.
  • Solo se vive dos veces: una de las que más me gustó porque transcurre en Japón y bebían sake, licor que no había probado.
  • El hombre de la pistola de oro: Scaramanga, su pistola de oro y el tercer pezón.
En resumidas cuentas, leí buena parte de las novelas que escribió Fleming de su famoso espía y que fueron traducidas al castellano (007 en Nueva York no se ha traducido) y, algún día, leeré una más para ver qué sensación me produce y compararla con el recuerdo de mis lecturas.

Las portadas que figuran a continuación no tienen buena definición, pero son idénticas a las de los libros que leí hace cuarenta años, con la salvedad de Casino Royale, que no estoy seguro.






























domingo, 26 de febrero de 2012

Tebeos (***)

(1962-1964)

Decía mi madre que yo aprendí antes a leer que a hablar, cosa que no es cierta, porque gracias a lo cuidadosos que fueron mis padres tengo el libro de lectura con el que aprendí a leer, y una anotación en la última página, que ya es un texto completo y no palabras sueltas, indica que la pude leer cuando tenía cuatro años y medio, lo cual no es para que figure en el Guinness.

Y el párrafo anterior viene a cuento de que considero que los tebeos pueden hacer que un niño se interese por la lectura: también contaba mi madre que cuando me iban a despertar, más de una vez ya me encontraban despierto leyendo y que tenían que esconderme los tebeos y reñirme para que durmiera las horas necesarias. Y esto tuvo que ser en el periodo en que mi padre aún estaba vivo, es decir, antes de mis siete años.

He puesto tebeos como título y no el original TBO porque precisamente este no me gustaba. Quizá me equivoque porque también los seguí leyendo más tarde y los autores o personajes no fuesen exactamente de esos años, pero mis preferidos eran los de Ibáñez: El botones Sacarino, Rue 13 del Percebe, Zipi y Zape, Pepe Gotera y Otilio, y cómo no, los inmensos Mortadelo y Filemón.

Pero no me olvido de otros dibujantes o de sus creaciones: Vázquez con su Anacleto, agente secreto, Las hermanas Gilda o La familia Cebolleta; Escobar y su Carpanta; y aunque he dicho que no me gustaba TBO, destaco de él La familia Ulises que, aunque siempre me dejaban un cierto regusto amargo, eran los únicos que leía de esta revista.

Yo era un niño reservado, tímido y sin amigos, aunque con tres hermanas menores que yo, y gracias a estas revistas puedo decir que pasé mi infancia con más de una sonrisa en mis labios, y eso que en esos años en mi casa no había mucho por lo que sonreír. Uno de los pocos recuerdos que tengo de mi infancia es una tarde que pasé con mi hermana Amelia mirando los tebeos que teníamos cada uno y, para mi sorpresa, ella tenía más que yo. Y en un rasgo de envidia que he intentado no volver a tener, le pedí a mi madre dinero para ir a comprarme un tebeo. Me dio dos pesetas y fui rápidamente a comprarlo. Compré el primero que pillé y, lo tengo muy presente, nunca me gustaron las historias que en él figuraban.

Escribiendo estos párrafos me ha venido a la memoria la frase “Igualico, igualico, quel difunto de su agüelico” que era la frase final que decía la abuela de Agamenón en cada una de sus historietas.








domingo, 5 de febrero de 2012

Alejandro Dumas (padre): El conde de Montecristo (***)


(749 + 693 pág.; El País)                    (62; diciembre de 2011)                    (1971)

En agosto de 1971 contaba con catorce años y era el último mes que viviría en Lima. Estábamos en casa de la Mamita, la madre de mi padrastro. Era un caserón enorme, pues en él vivían, aparte de la dueña, mis tíos César y Elvira; Joaquín y Queta y sus dos o tres hijas; me parece que también vivía otro tío, Eduardo; y nosotros: mi madre, mis cinco hermanos y el que suscribe. ¡Tenía que ser grande para vivir quince personas y no agobiarse!

La casa era una segunda planta en el malecón de Barranco, pero tan alta era esta planta que cuando llamaban a la puerta de la calle que comunicaba directamente con la vivienda, no bajábamos a abrir, sino que el pestillo de la puerta estaba enganchado a un cordel que iba paralelo al pasamanos y al tirar de él se abría la puerta y cuando el que llegaba era un extraño a la casa había que gritarle que subiera, pero que antes cerrara la puerta.

Como ya habíamos embalado todos nuestros enseres en canastas para volver a España yo no tenía ninguno de mis libros a mano para leer, y César y Elvira, matrimonio de mediana edad que no tenía hijos pero sí una buena biblioteca, me ofrecieron El conde de Montecristo. En ese último mes de estancia en Lima, aunque había escuela nosotros ya no íbamos, por lo que yo tenía todo el día para hacer lo que quisiera y, dada la cantidad de gente que habitaba en esa casa, creo recordar que ni siquiera tenía las mínimas obligaciones de ir a comprar o hacerme la cama.

Así que empecé el que era el libro más gordo que había leído hasta entonces y, lo recuerdo bien, a medida que avanzaba en su lectura iba notando las sensaciones que, creo, Dumas quiso conseguir en sus lectores: pesadumbre al principio de la prisión; admiración ante la capacidad de inventiva del ser humano; sensación de libertad y poder absoluto en el devenir de la historia. Me salto ex profeso el ansia de venganza, pues aunque pueda ser inherente al ser humano, no es para vanagloriarse de ello.

En resumidas cuentas, durante las horas de lectura de esta enorme novela, en cantidad y calidad, sentía que la emoción ante los hechos que describía me quitaba el aliento y me transportaba muy lejos de mi realidad, inhibiéndome de todo lo que representaba tener que abandonar el país en el que habíamos vivido los últimos cinco años y en el que vivía toda la familia de mi padre y que, como así ha sido hasta ahora, ni he vuelto ni podré volver a ver jamás.

Cuando la terminé de leer, para sorpresa de mis tíos por la rapidez, les pedí que me dejaran leer uno de la serie de libros que leían ellos y que tenían en sus mesitas de noche. Aunque no comprendí porqué, se negaron en redondo. Si mal no recuerdo eran unos libros de Bruguera en los que se relataban los amores entre Napoleón y Josefina. Sigo sin entender por qué: ¡al fin y al cabo, era como la parte anterior a la historia que me habían dejado leer!





“El 24 de febrero de 1815, el vigía de Notre Dame de la Garde advirtió la presencia de los tres mástiles del Faraón, procedente de Esmirna, Trieste y Nápoles.”

eBook: a disposición del que lo solicite.